11/8/09

LABERINTOS 2 / ¿Qué es un laberinto?

¿Qué es un laberinto?

El laberinto primigenio siempre ha tenido en esencia la misma forma. A partir de una cruz, van surgiendo círculos que acaban formando un camino entrelazado. Este sendero no tiene bifurcaciones, ni callejones sin salida o falsos caminos. Conduce hacia adentro y hacia fuera, siempre es de entrada y salida y se dirige finalmente hacia el centro. Allí se encuentra el punto de regreso y el mismo camino conduce de nuevo al exterior.

El origen del laberinto

El laberinto tiene sus orígenes en el área mediterránea. El más antiguo se encontró en el yacimiento griego de Pylos, en uno de cuyos palacios se hallaron unas tablillas de barro de unos 3.200 años de antigüedad que se habían cocido debido a un incendio en el palacio. Una de esas tablillas tenía grabado un laberinto.
Se desconoce cuál fue la cultura que descubrió este símbolo y tampoco se sabe qué significa exactamente la palabra “laberinto”. Pero existe una leyenda muy conocida relativa a un laberinto en Creta y de ahí proviene la creencia de que su origen es cretense y su forma más antigua se denomina laberinto cretense o clásico.



“Laberintos”
Pattloch Verlag, Ed. Mens Sana

LABERINTOS 1 / La leyenda del Minotauro



Cuenta la leyenda que Pasíafe, esposa de Minos, rey de Creta, se enamoró perdidamente de un toro y dio a luz al Minotauro, una horrenda criatura, mitad hombre, mitad toro.
Minos encargó a su arquitecto Dédalo que construyera un laberinto para encerrar al monstruo.
Tras perder una campaña militar, los atenienses fueron obligados a enviar cada nueve años a Creta a siete jóvenes varones y siete doncellas para ser ofrecidos en sacrificio al Minotauro. Pero llegó un día en que entre los escogidos se encontraba Teseo, el joven hijo del rey de Atenas. Una vez en Creta, Teseo se encontró con la hija del rey Minos, Ariadna, la cual se enamoró de él y le entregó un hilo antes de que se adentrara en el laberinto. Teseo mató al Minotauro y, con la ayuda del hilo de Ariadna, logró salir del laberinto junto con los rehenes que liberó. Regresó a casa y se convirtió en rey de Atenas.
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El cosmos y el mundo

Al unir el cuadrado y el círculo, el laberinto simboliza la totalidad del universo. La Tierra (cuadrado) y el Cielo (círculo) se funden en un solo signo.
El ser humano se ha considerado siempre a sí mismo el punto de intersección del todo porque une cuerpo y espíritu y ambos se manifiestan con gran fuerza en él.
Los indios Hopi consideran el laberinto como el matrimonio entre el Padre Sol y la Madre Tierra. El cristianismo ve aún más claramente esta unión en la figura de Jesucristo que era hombre y Dios. Pero el laberinto cristiano no es un símbolo de Cristo, sino que permanece como símbolo del hombre terrenal, del mundo. En el mundo terrenal se inserta la cruz: el hombre, convertido en Cristo, une el cosmos y el mundo. En el laberinto cristiano la cruz está en el centro y todos los caminos se organizan en torno a ella.



El miedo y la muerte

Aquél que penetra en el laberinto, queda encerrado en él. No hay ninguna desviación posible y es impredecible. Todo esto causa miedo porque se desconoce si el camino se puede realmente efectuar. Lo que el camino le depara a uno es incierto: la lógica o absurdidad, o todo o nada, el amor o el monstruo. El misterio de la muerte está estrechamente ligado a estas cuestiones. La oruga desaparece y surge la mariposa, la semilla cae en la tierra, muere y se convierte en árbol. ¿Y qué nos sucede a nosotros cuando morimos? ¿Dónde acaba realmente el laberinto?.
El camino dentro del laberinto es una senda de muerte, un recorrido por el más allá. El camino hacia la salida simboliza el renacer. Por eso el laberinto es un símbolo de la muerte y, a la vez, de renacimiento.

El nacimiento y el renacimiento

El parto figura entre los acontecimientos más complejos y dolorosos de la naturaleza. Mientras las crías de muchas especies vienen al mundo de una manera sencilla, el nacimiento de un bebé humano implica un largo e intrincado camino al que acompañan una sensación de estrechez, una fuerza extraordinaria, dolor, miedo e, incluso, peligro de muerte.
Actualmente se sabe que, desde el punto de vista anatómico, es un camino corto y recto. Pero necesita su tiempo y requiere energía, entrega y privaciones. Un camino no puede recorrerse sin dolor ni renuncias. Antes de alcanzar el objetivo, y con la alegría de la llegada, hay que sufrir dolor y cambios físicos.
Cuando el sabio Nicodemo filosofaba con Jesús sobre los temas más elevados, éste solía recurrir a la imagen del parto para ejemplificar ante el sabio la llegada espiritual al mundo: “Quien no nazca de nuevo, no podrá entrar en el reino de Dios” (San Juan 3, 3).
Tal vez la imagen del laberinto pueda recordar anatómicamente al útero materno, pero en el fondo se trata más bien de una representación simbólica de las dificultades que entraña el parto, comparables a las del nacimiento espiritual.










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LABERINTOS 4 / Regreso, liberación, concentración

El regreso y la liberación

El laberinto ofrece una imagen de retorno ya que, tras un camino difícil e intrincado, uno se encuentra en un callejón sin salida. La única alternativa posible es volver sobre lo andado. La necesidad de regresar está muy presente. En este momento surge la conciencia de la liberación: liberarse del miedo, de la muerte y del dolor.
Todo ello significa la liberación de este mundo y, con ello, también escapar del laberinto. El regreso permite, finalmente, abandonar el laberinto, dejarlo atrás.
Una de las principales creencias del cristianismo se basa en el hecho de que el hombre sólo puede salvarse si vuelva sobre sus propios pasos, entendiendo esto como un regreso a la fe y se relaciona, a su vez, con la condena del mal y el encauzar al hombre hacia las buenas acciones.

La concentración

Muchos de los que se adentran en un laberinto experimentan un “cambio espacial”. Al penetrar nos encontramos en un espacio totalmente cerrado y abandonamos el lugar en el que nos encontrábamos. La certeza de no tener que buscar el camino correcto porque sólo hay uno posible hace que nos concentremos en el interior rápidamente.
En un laberinto bien construido, el camino a seguir provoca un ritmo que favorece el acto de centrarse únicamente en nuestro mundo interior. Del mismo modo, los giros del camino nos permiten dar vueltas sobre nuestro propio eje. A través de un sencillo recorrido, el laberinto puede conducirnos a un estado de concentración que requeriría un mayor tiempo de preparación y ejercitación si empleáramos otras técnicas de relajación.

Las murallas de la ciudad

Algunos laberintos se denominan “Ciudad de Troya” en referencia a la antigua ciudad de Troya cuyas impresionantes murallas fueron imposibles de traspasar, salvo por una artimaña. Sobre la antigua ciudad de Jericó se cuenta una historia parecida, ya que también era una ciudad considerada inexpugnable que sólo mediante la ayuda divina pudo llegar a conquistarse. Existe otra ciudad relacionada con un laberinto: según un cronista de la época, durante la celebración de la fundación de Constantinopla, se realizó una danza del laberinto.
El laberinto simboliza un muro resistente y es un signo de fortaleza inexpugnable. Además simboliza también la entrega y el compromiso que requiere el esfuerzo necesario para llevar a cabo valiosas e importantes conquistas.







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LABERINTOS 3 / El camino y la trayectoria vital


La interpretación principal del laberinto es a través de su simbología, como metáfora de la trayectoria vital humana.
Quien se adentra en él, tiene ante sí de inmediato el objetivo. Aunque la distancia puede parecerle corta, la maraña del camino lleva alrededor del centro y después incluso más lejos, hacia los recovecos del laberinto. Paulatinamente surgen las preguntas: ¿estoy yendo por el buen camino?, ¿tiene sentido continuar? Y, entre tanto, la meta hace mucho que desapareció de nuestra vista.
Tarde o temprano, se vuelve cerca del lugar de partida, por lo que no se aprecia ningún progreso. Después de haber caminado mucho, ahora casi se vuelve al punto inicial. Pero el camino parece girar de nuevo hacia el centro. Y después, de una forma repentina e imprevista, uno se encuentra en el centro.
La distancia entre el punto de partida y el centro en los laberintos de las iglesias góticas es de aproximadamente 6 metros y, de hecho, se recorren unos 240 metros. El camino es 40 veces más largo y no hay ningún atajo, por lo que debe recorrerse y experimentarse en todo su recorrido. La única alternativa posible es permanecer quieto, renunciar al camino. Pero, desde luego, esto no conduce a la meta. Al recorrerlo, no podemos evitar o saltar ninguna etapa: las curvas o cambio de sentido, las buenas o malas experiencias, todos los días y todos los pasos. Uno camina y camina y tiene la sensación de que, con cada paso que da, está retrocediendo.
El laberinto contiene once galerías. En el Cristianismo, en número once simboliza la imperfección. Cuando iniciamos el camino lo hacemos siempre como seres humanos imperfectos, con todos los fallos y errores que ello comporta. Nadie puede escapar a este hecho, ni siquiera aquellos que inician una búsqueda sincera y devota. La imperfección y la culpa no pueden desvincularse de la trayectoria vital humana.
El laberinto es una señal que apunta que el camino del ser humano hacia su propio interior requiere un gran esfuerzo. La velocidad y la falta de entrega no sirven de nada. Quien quiera sentir en su interior a Dios y el sentido de la vida, ha de saber que se está aventurado y, por lo tanto, debe estar dispuesto a seguir el camino en todas sus curvas y en toda su desconocida extensión.
El laberinto es un símbolo de la vida, incluso cuando ésta marcada por la imperfección, el sufrimiento, el distanciamiento, la confusión, el fracaso y los momentos difíciles, el laberinto es un nuevo aliento y una invitación a ponerse en camino. Nos animará a seguir porque hay una meta: al final del camino se encuentra el centro.



“Nadie está tan cerca como para no poder llegar muy lejos.
Nadie está tan lejos como para no poder encontrar el centro.
Ninguno de los tramos del camino es más decisivo que todo el camino en su conjunto:
la proximidad y la lejanía, el principio y el fin”

Wilhelm Müller




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LABERINTOS 5 / El secreto del camino de salida

El laberinto tiene dos caminos: el que va hacia el centro y el que parte de él y se dirige hacia el exterior. Teseo no necesitó ayuda para encontrar al Minotauro en el centro, pero recurrió al hilo de Ariadna para hallar el camino de salida. Es más fácil partir hacia una hazaña heroica que enfrentarse al amor. El camino hacia el interior es más atractivo porque conduce hacia un objetivo. El camino de salida del laberinto es, en cambio, más tranquilo y humilde. Puesto que ya lo conocemos, puede parecer largo, incluso demasiado para algunos. Pero es necesario hacer este camino de regreso para hacer recapitulación de lo ocurrido. Aquél que considere el camino de salida poco importante, irá corriendo de aventura en aventura como un héroe, pero sólo conseguirá estar más angustiado, infeliz y también falto de amor.
El camino de salida es el de regreso a casa. Una vez que se ha completado la aventura, se alcanza el conocimiento, sin embargo, ahora comienza lo realmente importante. El que sale a toda prisa del laberinto, con la creencia de que por haber alcanzado el centro, su camino ha concluido, se pierde la parte más importante del camino. Pues el camino de salida nos conduce a la bondad, a la humildad y al amor.
“Laberintos”
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