Este término hindú significa círculo. Son una forma de yantra (instrumento, medio, emblema), diagramas geométricos rituales, algunos de los cuales se hallan en concreta correspondencia con un atributo divino determinado o una forma de encantamiento (manirá) de la que vienen a ser la cristalización visual (6).
Según Sch. Cammánn, fueron introducidos en el Tíbet desde la India por el gran gurú Padma Sambhava (siglo VIII a. de J. C). Se encuentran en todo Oriente, siempre con la finalidad de servir como instrumentos de contemplación y concentración (como ayuda—para precipitar ciertos estados mentales y para ayudar al espíritu a dar ciertos avances en su evolución, desde lo biológico a lo geométrico, desde el reino de las formas corpóreas a lo espiritual).
Según Heinrich Zimmer, no sólo se pintan o dibujan, sino que también se construyen tridimensionalmente en ciertas festividades. Lingdam Gomchen, del convento lamaísta de Bhutia Busty, explicó a Cari Gustav Jung el mándala como «una imagen mental que puede ser constituida, mediante la imaginación, sólo por un lama instruido». Afirmó que «ningún mándala es igual a otro»; todos son diferentes, pues exponen—proyectada— la situación psíquica de su autor o la modificación aportada por tal contenido a la idea tradicional del mándala. Es decir, integra estructura tradicional e interpretación libre. Sus elementos básicos son figuras geométricas contrapuestas y concéntricas. Por ello se dice que «el mándala es siempre una cuadratura del círculo». Hay textos como el Shri-Chakra-Sambhara-Tantra, que dan reglas para la mejor creación de esa imagen mental. Coinciden con el mándala, en su esencia, el esquema de la «Rueda del universo», la «Gran Piedra del Calendario» mexicano, la flor de loto, la flor de oro mítica, la rosa, etc. En un sentido meramente psicológico, cabe asimilar a mándala todas las figuras que tienen elementos' encerrados en un cuadrado o un círculo, como el horóscopo, el laberinto, el círculo zodiacal, la representación del «Año» e incluso el reloj. Las plantas de edificios circulares, cuadradas u octogonales son mándalas. En el aspecto tridimensional, algunos templos obedecen a este esquema de contraposiciones esenciales, simbolizadas por la forma geométrica y el número, siendo la stupa de la India la más característica de tales construcciones. Según el ya citado Cammann, algunos escudos y espejos chinos (en su reverso) son mándalas. El mándala, en resumen, es ante todo una imagen sintética del dualismo entre diferenciación y unificación, variedad y unidad, exterioridad e interioridad, diversidad y concentración (32). Excluye, por considerarla superada, la idea del desorden y su simbolización. Es, pues, la exposición plástica, visual, de la lucha suprema entre el orden, aun de lo vario, y el anhelo final de unidad y retorno a la condensación original de lo inespacial e intemporal (al «centro» puro de todas las tradiciones). Pero, como la preocupación ornamental (es decir, simbólica inconsciente), es también la de ordenar un espacio (caos) dado, cabe el conflicto entre dos posibilidades: la de que algunos presuntos mándalas surjan cíe la simple voluntad (estética o utilitaria) de orden; o de que, en verdad, procedan del anhelo místico de integración suprema.
Para Jung, los mándalas e imágenes concomitantes (precedentes, paralelas o consecuentes) arriba citados, han de provenir de sueños y visiones correspondientes a los más primarios símbolos religiosos de la humanidad, que se hallan ya en el paleolítico (rocas grabadas de Rodesia). Muchas creaciones culturales y artísticas o alegóricas, muchas imágenes de la misma numismática, han de tener relación con este interés primordial de la organización psíquica o interior (correlato de la ordenación exterior, de la que tantas pruebas tenemos en los ritos de fundación de ciudades, templos, división del cielo, orientación, relación del espacio con el tiempo, etc.). La contraposición del círculo, el triángulo y el cuadrado (numéricamente, del uno y el diez, el tres, el cuatro y el siete), desempeñan el papel fundamental de los mejores y más «clásicos» mándalas orientales. Aun cuando el mándala alude siempre a la idea de centro (y no lo representa visible, sino que lo sugiere por la concentricidad de las figuras), presenta también los obstáculos para su logro y asimilación. El mándala cumple de este modo la función de ayudar al ser humano y aglutinar lo disperso en torno a un eje (el Selbst, de la terminología junguiana). Nótese que es el mismo problema de la alquimia, sólo que en modalidad muy distinta de ser enfrentado. Jung dice que el mándala representa un hecho psíquico autónomo, «una especie de átomo nuclear de cuya estructura más íntima y último significado nuda sabemos» (directamente) (32). Mircea Eliade, desde su posición de historiador de las religiones y no psicólogo, busca principalmente en el mándala su objetividad y lo conceptúa como una imago mundi antes que corno proyección de la mente, sin descontar, empero, el hecho.
La construcción de los templos —como el de Borobudur— en forma de mándala tiene por objeto monumentalizar la vivencia y «deformar» el mundo hasta hacerlo apto para expresar la idea de orden supremo en la cual pueda el hombre, el neófito o iniciado, penetrar como entraría en su propio espíritu. En los mándalas de gran tamaño, dibujados en el suelo mediante hilos de colores o polvo coloreado, se trata de lo mismo. Menos que a la contemplación, sirven a la función ritual de penetrar en su interior gradualmente, identificándose con sus etapas y zonas. Este rito es análogo al de la penetración en el laberinto (la búsqueda del «centro») (18) y su carácter psicológico y espiritual es evidente. A veces, los mándalas, en vez de contraponer figuras cerradas, contraponen los números en su expresión geométrica discontinua (cuatro puntos, cinco, tres), que son asimilados entonces a las direcciones cardinales, a los elementos, los colores, etc., enriqueciéndose prodigiosamente por el simbolismo adicional. Los espejos de la dinastía presentan, en torno al centro, la contraposición del cuatro y del ocho, en cinco zonas correspondientes a los cinco elementos (los cuatro materiales y el espíritu o quintaesencia). En Occidente, la alquimia presenta con relativa frecuencia figuras de innegable carácter mandálico, en las que se contraponen el círculo, el triángulo y el cuadrado. Según Heinrich Khunrath, del triángulo en el cuadrado nace el círculo. Hay, a veces, mándalas «perturbados» —señala Jung-^ con formas distintas de las citadas y con números relativos al seis, ocho y "doce, infrecuentes. En todo mándala en que domine el elemento numérico, el simbolismo de los números es el que mejor puede explorar su sentido. Se deben leer considerando superior (principal) lo más próximo al centro. Así, el círculo dentro del cuadrado es composición más evolucionada que inversamente. Lo mismo sucede con respecto al triángulo. La lucha del tres y el cuatro parece ser la de los elementos centrales (tres) del espíritu contra los periféricos (cuatro, puntos cardinales, imagen de la exterioridad ordenada).
El círculo exterior, sin embargo, tiene siempre función unificadora por resumir con la idea de movimiento las contradicciones y diversidades de los ángulos y lados. Luc Benoist explica las características del Shri-Yantra, uno de los instrumentos mandálicos superiores. Está constituido en torno a un punto central, punto metafísico c irradiante de la energía primordial no manifestada y que, por esta causa, no figura en el dibujo. Ese centro virtual está rodeado por una combinación de nueve triángulos, imagen de los mundos trascendentes. Cuatro figuran con el vértice hacia arriba y cinco en posición inversa. El mundo intermediario, o sutil, está figurado en una triple aureola que rodea los triángulos. Luego, un loto de ocho pétalos (regeneración), otros de dieciséis y un círculo triple, completan la representación del mundo espiritual. Su inclusión en el material está figurada por un triple cuadrado con redientes que expresan la orientación en el espacio (6).
“Diccionario de símbolos”
Juan Eduardo Cirlot