El encuentro de la conciencia individual, delimitada estrechamente, pero por lo mismo intensivamente clara, con la enor¬me extensión de lo inconsciente colectivo, es un peligro, pues lo inconsciente tiene definido efecto disolvente sobre la concien¬cia. Ese efecto pertenece incluso, según la exposición del Huí Míng King, a los fenómenos particulares de la práctica del yoga chino. Se dice ahí: "Cada pensamiento parcial adquiere configuración, y se hace visible en color y forma. La fuerza L total del alma revela sus rastros"2.
(…)Se comprende por lo tanto por qué se recae sobre la figura % defensiva del "círculo protector". Ése ha de impedir la "efluxión", y defender la unidad de la conciencia contra la voladura por obra de lo inconsciente. Además, la concepción china intenta eliminar por debilitamiento el efecto disolvente de lo inconsciente en cuanto designa las "figuras del pensamiento" o "pensamientos parciales" como "colores y formas vacíos" y, con ello, los despotencializa en la medida de lo factible. Este pensamiento pasa por todo el budismo (…) hasta la explicación de que también los dioses, favorables y desfavorables, son ilu¬siones que deben todavía ser vencidas. No pertenece por cierto p a la competencia del psicólogo establecer la verdad o falsedad metafísica de ese pensamiento. Él debe contentarse con establecer, donde sea posible, qué es lo psíquicamente efectivo. Y no le preocupa el que la figura en consideración sea o no una ilusión trascendental. Sobre ello decide la fe y no la ciencia. (…) la sustancialidad de estas cosas no es ningún problema científico ya que, en todo caso, yace más allá de la facultad de percepción y juicio humanos, y por lo tanto también más allá de toda posibilidad de prueba. No se trata, pues, para el psicólogo, de la sustancia de esos complejos, sino solamente de la experiencia psíquica. Sin duda son contenidos psíquicos experimentales, de autonomía igualmente incontestable, pues son sistemas psíquicos parciales que, o entran en escena de modo espontáneo en estados extáticos y, circunstancialmente, suscitan violentas impresiones y efectos, o se fijan en pertur¬baciones mentales bajo la forma de ideas delirantes y alucina¬ciones y con ello destruyen la unidad de la personalidad. El psiquiatra está de hecho inclinado a creer en toxinas y simi¬lares, y a explicar a partir de ellas la esquizofrenia (escisión de la mente en la psicosis), dejando de lado los contenidos psíquicos. En cambio, en las perturbaciones psicógenas (his¬teria, neurosis obsesivas, etc.), donde sencillamente no cabe hablar de efectos de toxinas y degeneraciones de células, tienen lugar, como por ejemplo en los estados sonambúlicos, similares escisiones espontáneas de complejos, que Freud por cierto que¬ría explicar a partir de la represión inconsciente de la sexua¬lidad. Tal explicación, empero, en modo alguno vale para todos los casos, pues también pueden desarrollarse espontáneamente de lo inconsciente contenidos que la conciencia no puede asimilar. En casos de la última índole falla la hipótesis de la represión. Además, en la vida cotidiana puede observarse la autonomía, en los efectos que, contra nuestra voluntad y nues¬tras tentativas de represión más esforzadas, empujan obstinadamente e, inundando al yo, lo ponen bajo su voluntad. No es de admirarse, por lo tanto, que el primitivo vea en eso una posesión, o la migración de un alma, pues también nuestro lenguaje lo hace todavía: “No sé qué le ha entrado hoy"; "está llevado por el diablo"; "lo tiene de nuevo"; "se pone fuera de sí"; "se comporta como un poseso". Hasta la prác¬tica legal reconoce una disminución parcial de la responsabi¬lidad durante el estado pasional. Los contenidos anímicos autónomos nos son, en consecuencia, una experiencia por entero corriente. Tales contenidos tienen sobre la conciencia un efecto explosivo.
(…)Tales sistemas parciales se hallan sobre todo en las enfermedades mentales, en las decisiones psicógenas de la personalidad (per¬sonalidad doble) y muy comúnmente en los fenómenos mediúmnicos. Puede hallárselos asimismo en los fenómenos reli¬giosos. Por lo tanto, muchos de los que antes eran dioses han pasado de ser personas a ser ideas personificadas y, finalmente, a ideas abstractas, pues los contenidos inconscientes vivificados aparecen siempre primero como proyectados hacia fuera y, en el transcurso del desarrollo espiritual, son paulatinamente asimilados, vía proyección espacial, por la conciencia y refor¬mados en ideas conscientes, que pierden entonces su carácter originalmente autónomo y personal.
(…)Si las tendencias a la escisión no fueran cualidades inhe¬rentes a la psique humana, absolutamente nunca se hubieran escindido los sistemas parciales; en otras palabras, jamás hubieran existido dioses o espíritus. Por eso, a causa del culto exclusivo de la conciencia, nuestros tiempos son en tan alto grado impíos y profanos. Nuestra verdadera religión es un monoteísmo de la conciencia, una posesión por la conciencia, con una fanática negación de la existencia de sistemas parciales autónomos. Nos diferenciamos empero de las enseñan¬zas del yoga budista porque negamos hasta la calidad de experimentable de los sistemas parciales. En eso hay un gran peligro psíquico, pues entonces los sistemas parciales se comportan como cualquier contenido reprimido: producen compulsiva¬mente actitudes falsas, puesto que lo reprimido asoma de nuevo en la conciencia bajo la forma inapropiada. Este hecho, que salta a la vista en cada caso de neurosis, vale también para los fe¬nómenos psíquicos colectivos. Nuestro tiempo incurre a ese respecto en un error fatal: cree, en efecto, poder criticar intelectualmente los hechos religiosos.
(…)El efecto existe constantemente de manera colectiva, los sis¬temas autónomos actúan sin cesar, pues la estructura funda¬mental de lo inconsciente no es conmovida por las indeci¬siones de una conciencia transitoria. Si se niega los sistemas parciales, imaginando que se los anula mediante la crítica del nombre, no se puede entonces comprender más su efecto, que sigue existiendo a pesar de eso, ni tampoco asimilarlos más a la conciencia. Pasan entonces a ser un inexplicable factor de perturbación, el que finalmente se supone en algún lugar ex¬terno. Sobreviene con eso una proyección de los sistemas par¬ciales y, al mismo tiempo, se crea una situación peligrosa, pues los efectos perturbadores se atribuyen ahora a una mala vo¬luntad exterior (…)
La locura es una posesión por un contenido inconsciente que, como tal, no es asimilado a la conciencia. Y porque la conciencia niega la existencia de tales contenidos, tampoco los puede asimilar. Expresado de manera religiosa: no se tiene ya ningún temor de Dios} y se da a entender que todo sea libra¬do a la medida humana. Esta Hybris, o sea, estrechez de conciencia, es siempre el camino más corto al asilo de alienados.
(…)Más bien debe conmover simpáticamente al europeo ilus¬trado el que en el Huí Ming King se diga: "Las figuras for¬madas por medio del fuego del espíritu son sólo colores y formas vacíos." Eso suena por entero a europeo y parece casar excelentemente con nuestra razón; en verdad, opinamos que debemos sentirnos halagados de haber alcanzado ya esas alturas de la claridad, pues parece uno haber dejado tras sí hace tiempo tales fantasmas de dioses. Pero lo que hemos superado son sólo los fantasmas de las palabras, no los hechos psíquicos que fue¬ran responsables del nacimiento de los dioses. Estamos todavía exactamente tan poseídos por nuestros contenidos anímicos autónomos como si éstos fueran dioses. Ahora se los llama fobias, obsesiones, etc.; brevemente, síntomas neuróticos. Los dioses han pasado a ser enfermedades, y Zeus no rige más el Olimpo, sino el plexus solarís y ocasiona curiosidades para la consulta médica, o perturba el cerebro de políticos y periodistas quienes, involuntariamente, desencadenan epidemias psíquicas.
Por lo tanto, es mejor para el hombre occidental que no sepa al pronto demasiado acerca de la secreta penetración de los sabios orientales, pues sería "el medio correcto en manos del hombre erróneo". (…) Debiera de aprender a reconocer de nuevo esas potencias psíquicas, y no esperar hasta que sus humores, nerviosidades o ideas delirantes le aclaren, de la manera más dolorosa, que no es el único señor en su casa. Las tendencias de escisión son personalidades psíquicas efectivas de realidad relativa. Son reales cuando no se las reconoce como reales y son por lo tanto proyectadas; relativamente reales cuando están en vinculación con la concien¬cia (expresado de manera religiosa: cuando existe un culto); irreales, empero, en la medida que la conciencia comienza a separarse de sus contenidos. Pero lo último es el caso tan sólo cuando la vida ha sido vivida tan exhaustivamente y con tal devoción que no existe ya ninguna obligación vital absoluta y, por ende, ninguna exigencia que no pueda ser sacrificada sin reflexión, se halle ya en el camino de la superioridad in¬terna sobre el mundo. De nada sirve mentirse a ese respecto. Donde todavía se está detenido, aún se está poseso. Y si se está poseso, aún existe algo más fuerte, que lo posee a uno. ("En verdad os digo que de ahí no saldrás hasta no haber pagado el último céntimo".) No es del todo indiferente que, se designe algo como una "manía" o como un "dios". Estar al servicio de una manía es reprobable e indigno; en cambio, servir a un dios es, a causa de la sumisión a algo más alto in¬visible y espiritual, significativamente más pleno de sentido y, al par, más rico en perspectivas, puesto que la personifi¬cación ocasiona ya la realidad relativa de los sistemas parciales autónomos y, con ello, la posibilidad de la asimilación y de la "irrealización" de las potencias de la vida.
"El secreto de la Flor de Oro" - Carl Jung
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Verónica DAgostino
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