11/8/09

El cosmos y el mundo

Al unir el cuadrado y el círculo, el laberinto simboliza la totalidad del universo. La Tierra (cuadrado) y el Cielo (círculo) se funden en un solo signo.
El ser humano se ha considerado siempre a sí mismo el punto de intersección del todo porque une cuerpo y espíritu y ambos se manifiestan con gran fuerza en él.
Los indios Hopi consideran el laberinto como el matrimonio entre el Padre Sol y la Madre Tierra. El cristianismo ve aún más claramente esta unión en la figura de Jesucristo que era hombre y Dios. Pero el laberinto cristiano no es un símbolo de Cristo, sino que permanece como símbolo del hombre terrenal, del mundo. En el mundo terrenal se inserta la cruz: el hombre, convertido en Cristo, une el cosmos y el mundo. En el laberinto cristiano la cruz está en el centro y todos los caminos se organizan en torno a ella.



El miedo y la muerte

Aquél que penetra en el laberinto, queda encerrado en él. No hay ninguna desviación posible y es impredecible. Todo esto causa miedo porque se desconoce si el camino se puede realmente efectuar. Lo que el camino le depara a uno es incierto: la lógica o absurdidad, o todo o nada, el amor o el monstruo. El misterio de la muerte está estrechamente ligado a estas cuestiones. La oruga desaparece y surge la mariposa, la semilla cae en la tierra, muere y se convierte en árbol. ¿Y qué nos sucede a nosotros cuando morimos? ¿Dónde acaba realmente el laberinto?.
El camino dentro del laberinto es una senda de muerte, un recorrido por el más allá. El camino hacia la salida simboliza el renacer. Por eso el laberinto es un símbolo de la muerte y, a la vez, de renacimiento.

El nacimiento y el renacimiento

El parto figura entre los acontecimientos más complejos y dolorosos de la naturaleza. Mientras las crías de muchas especies vienen al mundo de una manera sencilla, el nacimiento de un bebé humano implica un largo e intrincado camino al que acompañan una sensación de estrechez, una fuerza extraordinaria, dolor, miedo e, incluso, peligro de muerte.
Actualmente se sabe que, desde el punto de vista anatómico, es un camino corto y recto. Pero necesita su tiempo y requiere energía, entrega y privaciones. Un camino no puede recorrerse sin dolor ni renuncias. Antes de alcanzar el objetivo, y con la alegría de la llegada, hay que sufrir dolor y cambios físicos.
Cuando el sabio Nicodemo filosofaba con Jesús sobre los temas más elevados, éste solía recurrir a la imagen del parto para ejemplificar ante el sabio la llegada espiritual al mundo: “Quien no nazca de nuevo, no podrá entrar en el reino de Dios” (San Juan 3, 3).
Tal vez la imagen del laberinto pueda recordar anatómicamente al útero materno, pero en el fondo se trata más bien de una representación simbólica de las dificultades que entraña el parto, comparables a las del nacimiento espiritual.










“Laberintos”
Pattloch Verlag, Ed. Mens Sana

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Verónica DAgostino
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